Durante los domingos del tiempo de Pascua, en la última página de las hojas para la participación en las celebraciones dominicales, han aparecido una serie de reflexiones bajo el título "Comunidades, ¿para qué?".
A petición de alguna persona las reproducimos en este lugar, todas juntas.
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Comunidades, ¿para qué?
Para ser
fermento en el pueblo,
en una
comunidad humana más amplia.
El reino
de Dios, anunciado e inaugurado por Jesús, está ya aquí, entre nosotros, en
nuestra realidad concreta. Y la pequeña Comunidad que ha formado Jesús a su alrededor
será la de los testigos de ese reino de Dios, en medio de un mundo, muchas
veces injusto y envuelto en la violencia.
Quienes
pertenecen a esa Comunidad, siendo testigos, no serán muchos. Serán sólo una
minoría capaz de asumir un compromiso y de actuar, sencillamente, como hijos e
hijas del Dios del amor. Así pues, ante la debilidad de sus hermanos, la
actitud será la compasión, y ante los conflictos y la violencia, se portarán
como constructores y artesanos de la paz.
La
Comunidad del Resucitado repite, con palabras y con gestos, las mismas palabras
de su Señor: “Paz a vosotros”. Y se esmera por ser vínculo, por crear o
reforzar lazos entre las personas, entre los vecinos, por rebajar tensiones,
por apaciguar ánimos, por reconciliar a los enemistados.
Cuando
funda su Comunidad, Jesús no está pensando en grandes y complicadas
instituciones. A sus seguidores los define como una ínfima «semilla de
mostaza», un pequeño trozo de «levadura», como un «tesoro escondido», un
«pequeño rebaño» que sigue a su pastor.
Pero,
aunque no destaque, aunque no brille, aunque no aparezca en “los medios”, su
vida humilde, sencilla, sufrida, casi siempre crucificada, será una luz capaz
de anunciar el mundo nuevo de Dios de manera más clara y creíble. Con ellos se
irá definiendo, dentro de la cultura dominante, una vida diferente: la vida del
reino de Dios.
Quien
mire a esa pequeña Comunidad ha de descubrir que a Dios se le acoge desde los
últimos. Ha de comprender que la vida de quienes buscan el reino de Dios se
sostiene en la mutua acogida y en la solicitud amorosa del Padre.
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Para
llevar la Buena Noticia a los pobres
Jesús ha
llamado a sus discípulas y discípulos, y ha creado con ellos una Comunidad. La
finalidad de ese grupo en el que se viven la fraternidad y la igualdad, no es
simplemente sentirse bien, estar muy a gusto. Jesús tiene para ellos otros
planes. Por eso, primero se dedica a enseñarles y prepararles para lo que luego
les va a encomendar.
Jesús
funda la primera Comunidad de discípulos para que continúen su misma Misión,
cuando Él ya no esté. Son personas muy diferentes entre sí (unos pescadores, un
recaudador de impuestos, unos seguidores del Bautista, unos campesinos, algunas
amas de casa…) que continuarán la obra de Jesús: anunciar la Buena Noticia del
Reino de Dios.
La
Comunidad de Jesús recibe la tarea de llevar esa Buena Noticia, como expresó el
mismo Jesús, “a los pobres”, a los marginados, a los que viven oprimidos y
aplastados por el sistema, a los que viven sin esperanza de mejorar.
La misma
Comunidad, o sea, la posibilidad de vivir de otra manera, más humana, más
fraterna, más justa, es ya una Buena Noticia. Así pues, no sólo es LLEVAR,
sino que la Comunidad cristiana tiene la responsabilidad de SER una
Buena Noticia para aquellos que son los predilectos de Dios.
Cuando
los seguidores de Cristo vivimos su mensaje, y nos esforzamos en hacer presente
y visible el Reino de Dios, cuando nos comportamos como hermanos, somos al
mismo tiempo una denuncia del sistema injusto y una demostración de que otra
forma de vivir y relacionarse es posible. Somos una Buena Noticia y un aliento
de esperanza para quienes ya la habían perdido.
Seguir a
Jesús en Comunidad por los caminos de la vida, de nuestra historia particular,
es retomar su misión, anunciando a los pobres la Buena Noticia, con palabras,
con hechos y con un estilo de vida concreto.
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Para ponernos al servicio de los humildes, de todos
Jesús reúne una nueva familia donde todos
son hermanos y hermanas, una Comunidad sin machismo y sin jerarquías
establecidas por el varón, un movimiento de seguidores donde no hay «padre».
Sólo el del cielo.
Jesús dice que lo importante no es ser el
primero o el mayor, sino vivir como el último, sirviendo a todos: «Si uno
quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos».
Jesús toma luego a un niño y lo pone en
medio del grupo en señal de autoridad. Lo estrecha entre sus brazos con cariño,
como si quisiera regalarle su propia autoridad. Jesús explica en pocas
palabras: «Quien recibe a un niño como éste en mi nombre, me recibe a mí;
y quien me recibe a mí no me recibe a mí, sino a aquel que me ha enviado».
En la Comunidad, son los niños los que, en
su pequeñez, tienen autoridad. Son los más importantes y han de ocupar el
centro, porque son los más necesitados de cuidado y de amor. Los demás, los
grandes y poderosos, empiezan a ser importantes cuando se ponen a servir a los
pequeños y débiles.
La Comunidad de Jesús, que prepara y
anticipa el reino de Dios, no ha de ser un grupo dirigido por hombres fuertes
que se imponen a los demás desde arriba. Es más bien una Comunidad «de niños»
que no se imponen a nadie, que entran en el reino sólo porque necesitan cuidado
y amor. Una Comunidad donde hay mujeres y hombres que, al estilo de Jesús,
saben abrazar, bendecir y cuidar a los más débiles y pequeños.
En el reino de Dios, la vida se difunde no
desde la imposición de los grandes, sino desde la acogida a los pequeños. Donde
éstos se convierten en el centro de la vida, ahí está llegando el reino de
Dios. Esta fue, probablemente, una de las grandes intuiciones de Jesús.
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Para mirar la realidad con ojos nuevos
Jesús no es un Maestro como los otros: no
se establece en un lugar, donde acuden quienes quieren aprender sus enseñanzas.
Para Jesús, las mejores lecciones se aprenden en la vida cotidiana. Por eso, lo
vemos siempre de un lado para otro.
Por eso, la Comunidad de sus discípulas y
discípulos tiene que seguirle y acompañarle allí donde Él va y donde está la
verdadera Sabiduría, donde está la gente.
Jesús les lleva por los caminos del campo
de Galilea, bordea las orillas de lago, se acerca a las aldeas más apartadas.
Allí, en contacto con la realidad, Jesús enseña a los suyos a observar; les
abre los ojos y les hace mirar cómo viven las personas: las mujeres y hombres,
los niños y ancianos, los esclavos y libres, los sanos y enfermos, los
endemoniados y pecadores.
De este modo, Jesús les señala cuáles son
los sufrimientos y las angustias de la gente, a qué cosas tienen miedo, cuáles
son sus mayores preocupaciones, qué es lo que con urgencia necesitan. Y también
qué cosas son las que les llenan de alegría, cuál es la fe que tienen, en dónde
está la felicidad...
En momentos sencillos y sorprendentes, Jesús
llama la atención de los suyos para que observen a la viuda pobre, que ha
echado dos moneditas en los cofres del Templo; les hace fijarse en la minúscula
semilla de mostaza, la más pequeña de todas; les hace mirar con ojos nuevos a
los niños pues de quienes se hacen como ellos es el Reino de Dios…
La Comunidad de Jesús aprende a mirar con
ojos nuevos la realidad que le rodea, aprende a valorar y dar importancia a lo
pequeño, a lo verdadero, a lo humilde.
Jesús nos enseña a abrir los ojos, a ver la
realidad, a mirar y observar atentamente lo que pasa a nuestro alrededor. Nos
enseña también a escuchar a la gente.
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Para cambiar
nosotros y nuestra sociedad
A sus discípulos, a las personas de su
Comunidad, Jesús les comunica su mismo poder y su autoridad. Pero ese poder no
es para imponerse a los demás; es un poder “para expulsar demonios y curar
enfermedades y dolencias”. O lo que es lo mismo, para combatir el mal, en sus
diferentes formas, que afecta y esclaviza a las personas.
Estas son las dos grandes tareas de su
Comunidad:
-decir a la gente lo
cerca de ellos que está Dios;
-y aliviar el
sufrimiento de las personas, luchar contra el mal.
Las dos tareas van juntas, son
inseparables. Los seguidores de Jesús deben hacer lo que le Él les ha enseñado:
acercarse a las personas que sufren (enfermos, oprimidos, marginados…) y
aliviar sus males para hacerles ver que Dios está muy cerca, está
acompañándoles en su sufrimiento.
A su Comunidad, Jesús le encomienda: «Allí
donde lleguéis, curad a los enfermos que haya y decidles: el reino de Dios está
cerca de vosotros». (Lucas 10, 8-9). Así pues, la Comunidad cristiana tiene
esta doble misión: «Anunciar el reino» y «curar enfermos».
En definitiva, la Comunidad anuncia, de
palabra y de obra, un cambio profundo. La dominación y la opresión de los
imperios (de todo imperio) van a ser sustituidas por un reinado en el que el
amor de Dios pone a la personas en el primer lugar. Un reino en el que la
justicia es antes que la caridad. Un reino donde los hijos son todos iguales en
dignidad ante su mismo Padre.
Las personas que forman parte de una
Comunidad asumen el riesgo y el compromiso de estar inconformes con el estado de cosas, no se esconden en la
escusa de “no se puede hacer nada” o “somos pocos”. Y asumen que el cambio
comienza por uno mismo y sigue por la realidad que les rodea, a modo de ondas
en un lago.
La tarea más importante de la comunidad es
curar, liberar del mal, sacar del abatimiento a los deprimidos, sanear la vida,
ayudar a vivir de una manera más saludable. Esa lucha por la salud integral es
camino de salvación y expresión del cambio que Dios quiere.
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