miércoles, 23 de mayo de 2012

Reflexiones en tiempo de Pascua

   Durante los domingos del tiempo de Pascua, en la última página de las hojas para la participación en las celebraciones dominicales, han aparecido una serie de reflexiones bajo el título "Comunidades, ¿para qué?".
   A petición de alguna persona las reproducimos en este lugar, todas juntas.
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Comunidades, ¿para qué?

Para ser fermento en el pueblo,
en una comunidad humana más amplia.
El reino de Dios, anunciado e inaugurado por Jesús, está ya aquí, entre nosotros, en nuestra realidad concreta. Y la pequeña Comunidad que ha formado Jesús a su alrededor será la de los testigos de ese reino de Dios, en medio de un mundo, muchas veces injusto y envuelto en la violencia.
Quienes pertenecen a esa Comunidad, siendo testigos, no serán muchos. Serán sólo una minoría capaz de asumir un compromiso y de actuar, sencillamente, como hijos e hijas del Dios del amor. Así pues, ante la debilidad de sus hermanos, la actitud será la compasión, y ante los conflictos y la violencia, se portarán como constructores y artesanos de la paz.
La Comunidad del Resucitado repite, con palabras y con gestos, las mismas palabras de su Señor: “Paz a vosotros”. Y se esmera por ser vínculo, por crear o reforzar lazos entre las personas, entre los vecinos, por rebajar tensiones, por apaciguar ánimos, por reconciliar a los enemistados.
Cuando funda su Comunidad, Jesús no está pensando en grandes y complicadas instituciones. A sus seguidores los define como una ínfima «semilla de mostaza», un pequeño trozo de «levadura», como un «tesoro escondido», un «pequeño rebaño» que sigue a su pastor.
Pero, aunque no destaque, aunque no brille, aunque no aparezca en “los medios”, su vida humilde, sencilla, sufrida, casi siempre crucificada, será una luz capaz de anunciar el mundo nuevo de Dios de manera más clara y creíble. Con ellos se irá definiendo, dentro de la cultura dominante, una vida diferente: la vida del reino de Dios.
Quien mire a esa pequeña Comunidad ha de descubrir que a Dios se le acoge desde los últimos. Ha de comprender que la vida de quienes buscan el reino de Dios se sostiene en la mutua acogida y en la solicitud amorosa del Padre.
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Para llevar la Buena Noticia a los pobres
Jesús ha llamado a sus discípulas y discípulos, y ha creado con ellos una Comunidad. La finalidad de ese grupo en el que se viven la fraternidad y la igualdad, no es simplemente sentirse bien, estar muy a gusto. Jesús tiene para ellos otros planes. Por eso, primero se dedica a enseñarles y prepararles para lo que luego les va a encomendar.
Jesús funda la primera Comunidad de discípulos para que continúen su misma Misión, cuando Él ya no esté. Son personas muy diferentes entre sí (unos pescadores, un recaudador de impuestos, unos seguidores del Bautista, unos campesinos, algunas amas de casa…) que continuarán la obra de Jesús: anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios.
La Comunidad de Jesús recibe la tarea de llevar esa Buena Noticia, como expresó el mismo Jesús, “a los pobres”, a los marginados, a los que viven oprimidos y aplastados por el sistema, a los que viven sin esperanza de mejorar.
La misma Comunidad, o sea, la posibilidad de vivir de otra manera, más humana, más fraterna, más justa, es ya una Buena Noticia. Así pues, no sólo es LLEVAR, sino que la Comunidad cristiana tiene la responsabilidad de SER una Buena Noticia para aquellos que son los predilectos de Dios.
Cuando los seguidores de Cristo vivimos su mensaje, y nos esforzamos en hacer presente y visible el Reino de Dios, cuando nos comportamos como hermanos, somos al mismo tiempo una denuncia del sistema injusto y una demostración de que otra forma de vivir y relacionarse es posible. Somos una Buena Noticia y un aliento de esperanza para quienes ya la habían perdido. 
Seguir a Jesús en Comunidad por los caminos de la vida, de nuestra historia particular, es retomar su misión, anunciando a los pobres la Buena Noticia, con palabras, con hechos y con un estilo de vida concreto.
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Para ponernos al servicio de los humildes, de todos
     Jesús reúne una nueva familia donde todos son hermanos y hermanas, una Comunidad sin machismo y sin jerarquías establecidas por el varón, un movimiento de seguidores donde no hay «padre». Sólo el del cielo.
    Jesús dice que lo importante no es ser el primero o el mayor, sino vivir como el último, sirviendo a todos: «Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos».
    Jesús toma luego a un niño y lo pone en medio del grupo en señal de autoridad. Lo estrecha entre sus brazos con cariño, como si quisiera regalarle su propia autoridad. Jesús explica en pocas palabras: «Quien recibe a un niño como éste en mi nombre, me recibe a mí; y quien me recibe a mí no me recibe a mí, sino a aquel que me ha enviado».
    En la Comunidad, son los niños los que, en su pequeñez, tienen autoridad. Son los más importantes y han de ocupar el centro, porque son los más necesitados de cuidado y de amor. Los demás, los grandes y poderosos, empiezan a ser importantes cuando se ponen a servir a los pequeños y débiles.
    La Comunidad de Jesús, que prepara y anticipa el reino de Dios, no ha de ser un grupo dirigido por hombres fuertes que se imponen a los demás desde arriba. Es más bien una Comunidad «de niños» que no se imponen a nadie, que entran en el reino sólo porque necesitan cuidado y amor. Una Comunidad donde hay mujeres y hombres que, al estilo de Jesús, saben abrazar, bendecir y cuidar a los más débiles y pequeños.
    En el reino de Dios, la vida se difunde no desde la imposición de los grandes, sino desde la acogida a los pequeños. Donde éstos se convierten en el centro de la vida, ahí está llegando el reino de Dios. Esta fue, probablemente, una de las grandes intuiciones de Jesús.
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Para mirar la realidad con ojos nuevos
    Jesús no es un Maestro como los otros: no se establece en un lugar, donde acuden quienes quieren aprender sus enseñanzas. Para Jesús, las mejores lecciones se aprenden en la vida cotidiana. Por eso, lo vemos siempre de un lado para otro.
    Por eso, la Comunidad de sus discípulas y discípulos tiene que seguirle y acompañarle allí donde Él va y donde está la verdadera Sabiduría, donde está la gente.
    Jesús les lleva por los caminos del campo de Galilea, bordea las orillas de lago, se acerca a las aldeas más apartadas. Allí, en contacto con la realidad, Jesús enseña a los suyos a observar; les abre los ojos y les hace mirar cómo viven las personas: las mujeres y hombres, los niños y ancianos, los esclavos y libres, los sanos y enfermos, los endemoniados y pecadores.
   De este modo, Jesús les señala cuáles son los sufrimientos y las angustias de la gente, a qué cosas tienen miedo, cuáles son sus mayores preocupaciones, qué es lo que con urgencia necesitan. Y también qué cosas son las que les llenan de alegría, cuál es la fe que tienen, en dónde está la felicidad...
   En momentos sencillos y sorprendentes, Jesús llama la atención de los suyos para que observen a la viuda pobre, que ha echado dos moneditas en los cofres del Templo; les hace fijarse en la minúscula semilla de mostaza, la más pequeña de todas; les hace mirar con ojos nuevos a los niños pues de quienes se hacen como ellos es el Reino de Dios…
    La Comunidad de Jesús aprende a mirar con ojos nuevos la realidad que le rodea, aprende a valorar y dar importancia a lo pequeño, a lo verdadero, a lo humilde.
    Jesús nos enseña a abrir los ojos, a ver la realidad, a mirar y observar atentamente lo que pasa a nuestro alrededor. Nos enseña también a escuchar a la gente.
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Para cambiar nosotros y nuestra sociedad
     A sus discípulos, a las personas de su Comunidad, Jesús les comunica su mismo poder y su autoridad. Pero ese poder no es para imponerse a los demás; es un poder “para expulsar demonios y curar enfermedades y dolencias”. O lo que es lo mismo, para combatir el mal, en sus diferentes formas, que afecta y esclaviza a las personas. 
    Estas son las dos grandes tareas de su Comunidad:
-decir a la gente lo cerca de ellos que está Dios;
-y aliviar el sufrimiento de las personas, luchar contra el mal.
    Las dos tareas van juntas, son inseparables. Los seguidores de Jesús deben hacer lo que le Él les ha enseñado: acercarse a las personas que sufren (enfermos, oprimidos, marginados…) y aliviar sus males para hacerles ver que Dios está muy cerca, está acompañándoles en su sufrimiento.
    A su Comunidad, Jesús le encomienda: «Allí donde lleguéis, curad a los enfermos que haya y decidles: el reino de Dios está cerca de vosotros». (Lucas 10, 8-9). Así pues, la Comunidad cristiana tiene esta doble misión: «Anunciar el reino» y «curar enfermos».
    En definitiva, la Comunidad anuncia, de palabra y de obra, un cambio profundo. La dominación y la opresión de los imperios (de todo imperio) van a ser sustituidas por un reinado en el que el amor de Dios pone a la personas en el primer lugar. Un reino en el que la justicia es antes que la caridad. Un reino donde los hijos son todos iguales en dignidad ante su mismo Padre.
    Las personas que forman parte de una Comunidad asumen el riesgo y el compromiso de estar inconformes con  el estado de cosas, no se esconden en la escusa de “no se puede hacer nada” o “somos pocos”. Y asumen que el cambio comienza por uno mismo y sigue por la realidad que les rodea, a modo de ondas en un lago.
   La tarea más importante de la comunidad es curar, liberar del mal, sacar del abatimiento a los deprimidos, sanear la vida, ayudar a vivir de una manera más saludable. Esa lucha por la salud integral es camino de salvación y expresión del cambio que Dios quiere.

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